La exclusión de Dagoberto II de la historia

Con el asesinato de Dagoberto II en 679, la dinastía merovingia terminó efectivamente. Con la muerte de Childeric III en 755, los merovingios parecieron desaparecer por completo del escenario de la historia mundial. Sin embargo, según los “documentos de Prieure”, la línea de sangre merovingia sobrevivió. Según los “documentos Prieure”, se perpetuó hasta la actualidad, desde el hijo del infante Sigisberto IV Dagoberto por su segunda esposa, Giselle de Razes. 

No hay duda de que Sigisbert IV existió y que era el heredero de Dagobert II. Sin embargo, según todas las fuentes distintas de los “documentos de Prieure”, no está claro qué le sucedió. Algunos cronistas han asumido tácitamente que fue asesinado junto con su padre y otros miembros de la familia real. Un relato muy dudoso afirma que murió en un accidente de caza uno o dos años antes de la muerte de su padre. Si eso es cierto, Sigisberto debe haber sido un cazador precoz, porque no es posible que tenga mucho más de tres años en ese momento. No hay ningún registro de la muerte de Sigisbert. Tampoco hay ningún registro aparte de las pruebas en los “documentos Prieure” de su supervivencia. Todo el asunto parece haberse perdido en “las brumas del tiempo”, y nadie parece haberse preocupado mucho por él excepto, por supuesto, la Prieuré de Sion.

En cualquier caso, Sion parecía tener conocimiento de cierta información que no estaba disponible en ningún otro lugar; o se consideró de muy poca importancia para justificar una gran investigación; o fue suprimido deliberadamente. No es de extrañar que no se nos haya filtrado ningún relato sobre el destino de Sigisbert. Ni siquiera hubo un relato de acceso público sobre Dagoberto hasta el siglo XVII. En algún momento durante la Edad Media, aparentemente se hizo un intento sistemático de borrar a Dagoberto de la historia, para negar que alguna vez existió.

Hoy en día, Dagoberto II se puede encontrar en cualquier enciclopedia. Sin embargo, hasta 1646 no hubo reconocimiento alguno de que hubiera vivido alguna vez. Cualquier lista o genealogía de gobernantes franceses compilada antes de 1646 simplemente lo omite, saltando (a pesar de la flagrante inconsistencia) de Dagoberto I a Dagoberto III, uno de los últimos monarcas merovingios, que murió en 715. Y no fue hasta 1655 que Dagoberto II fue reinstalado en listas aceptadas de los reyes franceses. Dado este proceso de erradicación, no nos asombró demasiado la escasez de información relacionada con Sigisberto. Y no podeamos dejar de sospechar que la información que existía había sido suprimida deliberadamente.

Pero, ¿por qué, nos preguntamos, debería haber sido eliminado de la historia Dagoberto II? ¿Qué ocultaba semejante escisión? ¿Por qué habría de desear negar la existencia misma de un hombre?

Una posibilidad, por supuesto, es negar así la existencia de sus herederos. Si Dagoberto nunca vivió, Sigisberto IV tampoco pudo haber vivido. Pero, ¿por qué habría sido importante, hasta el siglo XVII, negar que Sigisberto hubiera vivido alguna vez? A menos que realmente hubiera sobrevivido, y sus descendientes todavía fueran considerados una amenaza. Nos parece que estamos lidiando claramente con una especie de “encubrimiento”.

Es evidente que existían intereses creados que tenían algo de importancia que perder si se hiciera público el conocimiento de la supervivencia de Sigisbert. En el siglo IX y quizás tan tarde como las Cruzadas, estos intereses parecen haber sido la Iglesia Romana y la línea real francesa.

Pero, ¿por qué debería haber seguido siendo importante la cuestión hasta la época de Luis XIV? Seguramente habría sido un punto académico para entonces, porque tres dinastías francesas habían ido y venido, mientras que el protestantismo había roto la hegemonía romana. A menos que hubiera algo muy especial en la sangre merovingia. No “propiedades mágicas”, sino algo más, algo que retuvo su potencia explosiva incluso después de que las supersticiones sobre la sangre mágica se hubieran quedado en el camino.

Príncipe Guillem de Gellone, conde de Razés

Según los “documentos de Prieuré”, Sigisberto IV, a la muerte de su padre, fue rescatado por su hermana y llevado de contrabando hacia el sur al dominio de su madre, la princesa visigoda, Giselle de Razes. Se dice que llegó al Languedoc en 681 y, en algún momento poco después, adoptó o heredó los títulos de su tío, duque de Razes y conde de Rhedae. También se dice que adoptó el apellido, o apodo, de “Plant-Ard” (posteriormente Plantard) de la denominación “rejeton ardent” “brote ardientemente floreciente” de la vid merovingia. Bajo este nombre, y bajo los títulos adquiridos de su tío, se dice que perpetuó su linaje. Y se dice que en 886 una rama de ese linaje culminó en un tal Bernard Plantavelu aparentemente derivado de Plant-yo Plantard, cuyo hijo se convirtió en el primer duque de Aquitania.

Por lo que pudimos comprobar, ningún historiador independiente confirmó o impugnó estas afirmaciones. Todo el asunto fue simplemente ignorado. Pero la evidencia circunstancial argumentó de manera persuasiva que Sigisbert efectivamente sobrevivió para perpetuar su linaje.

La asidua erradicación de Dagoberto de la historia da crédito a esta conclusión. Al negar su existencia, cualquier línea de descendencia de él habría sido invalidada. Esto constituye un motivo para una acción de otro modo inexplicable. Entre los otros fragmentos de evidencia se encuentra una carta, fechada en 718, que pertenece a la fundación de un monasterio a pocas millas de Rennes-le-Chateau por “Sigebert, Comte de Rhedae y su esposa, Magdala”. Aparte de esta carta, no se sabe nada de los títulos de Rhedae o Razes durante otro siglo.