Los Asirios
Sūrayĕ / Sūryōyĕ / Atūrayĕ
Los asirios fueron un conjunto de pueblos nómadas de origen semita que se desplazaban por lo que es conocido hoy como Medio Oriente. El origen de su nombre, corresponde a lo que fue la principal capital del pueblo asirio, Assura o Ashura en árabe. Esta palabra estaba dedicada al dios Assur, que según la mitología de la Antigüedad significa “el Dios de la Vida”, representado en sus inicios en forma de árbol. Assur fue el segundo hijo de Sem y hermano de Elam, Arfaxad, Lud y Aram.
Aunque a priori el Dios Assur representaba la creación del todo, de la vegetación, de la vida, del orden y de lo infinito, conforme iba expandiéndose el imperio asirio, su figura fue tergiversando, hasta llegar a dársele un significado más perverso y guerrero para animar a los soldados a impulsar nuevas conquistas. Era el rey de los Dioses y Dios de los reyes, y todo ciudadano o gobernante asirio debía proceder a un ritual para obtener su bendición.
Según los descubrimientos arqueológicos realizados en la ciudad de Assura, al-Charquat en la actual Irak, a orillas del río Tigris, esta fue una colonia de los babilonios que pasó a ser de los asirios después de su total destrucción. Esta antigua ciudad se reveló en 2003 y fue declarada Patrimonio de la Humanidad en peligro de desaparición por la UNESCO.
Nínive capital de los Asirios
Nínive (en acadio: Ninua, en árabe: Nínawa نينوى) fue una importante ciudad asiria, dentro de la actual Mosul en Irak, descrita en el Libro de Jonás como «ciudad grande sobremanera, de tres días de recorrido». Se encuentra en la orilla oriental del Tigris, se extiende a lo largo de 50 kilómetros, con una anchura media de 20 kilómetros, extendiéndose desde el río hasta las colinas del este. Toda esta extensa área es en la actualidad una inmensa zona de ruinas.
Situada en la confluencia de los ríos Tigris y Khosr, Nínive era un importante punto de paso de las rutas comerciales que cruzaban el Tigris. Ocupaba una posición central en las rutas entre el Mediterráneo y el Índico, uniendo así Oriente y Occidente, recibiendo influencias y riqueza de muchos lugares. Llegó a convertirse en una de las más grandes ciudades de la antigüedad.
Nínive también se menciona en la Biblia, como una ciudad edificada por el rey Nimrod, bisnieto de Noé, en el Génesis 10:7-11.
Primer Imperio Asirio (1814-1781 a.C.)
Fue en este período (1814-1781 a.C.) donde el Imperio Asirio se consolidó con tal categoría. El aumento de la población asiria fuera de sus regiones hizo estallar las primeras tensiones y batallas con las naciones vecinas. Bajo el mandato del rey Shamshi Adad I hasta el 1760 a.C, ya que en ese año fue derrotado por el Imperio de Babilonia.
Imperio Asirio Medio
Éste fue un momento tumultuoso y de gran confusión en toda la región Mesopotámica, especialmente para los asirios. Una vez anexionados al Imperio Babilonio, empezaron a sufrir invasiones por parte de otras potencias emergentes como los hititas y los denominados Pueblos del Mar procedentes de la península de los Balcanes.
Es aquí donde los asirios empezaron a labrar su legado, un legado temido en los años venideros. Resistieron contra todos los ataques sufridos por todos los frentes ante los hititas, egipcios, arameos o los mitani. Así que extendieron territorialmente sus dominios, y instauraron la práctica del terror como arma de guerra, quemando, asesinando y arrasando con las regiones conquistadas.
El Imperio Neoasirio
Curiosamente, justo cuanto más despiadados militarmente parecían los asirios, quisieron asentar las bases de un sistema administrativo de asimilación de los pueblos, evitando su destrucción y cuidando a sus conciudadanos. En cada región se instauró una provincia con un gobernador y sus respectivos edificios representativos (normalmente, templos).
El rey Sargón II, de la dinastía Sargónidas, se encargó de llevar otro elemento menos bélico a su imperio: el arte, la arquitectura y la modernización urbanística. Los jardines y plantas es uno de los atributos resplandores de la época, convirtiendo a la capital Nínive en una de las más bellas de Mesopotamia.
No obstante, todo ello -incluso con el acomodamiento de las masas- se hizo con mano de hierro y de manera despótica. La desigualdad y crueldad con la que eran tratados los habitantes de segunda clase hizo caer al imperio en una espiral de debilidad y descontrol, que culminaría con la reconquista de los babilonios allá por el año 609 a.C.
No hay demasiadas evidencias para decir que Nínive fuera totalmente reconstruida por los reyes asirios durante el segundo milenio a.E.C. Cuando el rey Senaquerib convirtió a Ninua, o Nínive en la capital del reino de Asiria a finales del siglo VIII a. C. (antes lo fue brevemente Dur Sharrukin), esta ya era un antiguo asentamiento. Los nombres de monarcas posteriores como Salmanasar I o Tiglath-Pileser I han aparecido en la acrópolis. Ambos fueron activos constructores de Assur, Asiria, y el primero de ellos fundó además Nimrud. Nínive tuvo que esperar hasta los neoasirios, después de la época de Asurbanipal II, para alcanzar un desarrollo urbanístico mucho mayor. A partir de entonces, sucesivos monarcas mantuvieron y fundaron nuevos palacios, así como templos dedicados a Sin, Nirgal, Inanna, Shamash, Ishtar y Nabu de Borsippa.
Fue el rey Senaquerib el que hizo de Nínive una ciudad realmente magnífica (700 a. C.). Diseñó amplias calles y plazas y construyó el famoso «palacio sin rival», de unos 200 por 210 metros, cuya planta ha sido reconstruida en gran parte. Este palacio tenía unas 80 habitaciones, muchas de ellas repletas de esculturas en sus paredes. Gran parte de las tablillas de Nínive se encontraron aquí. Algunas de las principales entradas estaban flanqueadas por toros alados con cabeza humana. En ese tiempo el área total de Nínive, ocupaba unos 7 km² y 15 grandes puertas permitían el paso de sus murallas. Un elaborado sistema de 18 canales llevaba el agua desde las colinas hasta Nínive. Se han encontrado también algunas partes de un magnífico acueducto erigido por el mismo rey en Jerwan, a unos 40 km de distancia.
El esplendor de Nínive fue efímero. Alrededor del 633 a. C. el Imperio asirio empezó a dar muestras de debilidad y los medos atacaron Nínive. Estos volvieron a atacar, esta vez junto a Babilonia y Susa, en 625 a. C.
En 612 a. C., nuevamente, babilonios y medos se volvieron a aliar para el asalto de la ciudad. El asedio duró tres meses, durante los cuales se emplearon todo tipo de tácticas, como desviar el curso del río Khosr o atacar a la vez por varios flancos para debilitar la defensa asiria. El ataque final se produjo por el cauce ya seco del río. Nínive cayó y fue arrasada hasta los cimientos. El imperio asirio llegó a su final cuando babilonios y medos se repartieron sus provincias.
Después de gobernar durante más de seis siglos, desde el Cáucaso y el Caspio hasta el Golfo Pérsico, y más allá del Tigris hasta Asia Menor y Egipto, la ciudad desapareció como si hubiese sido únicamente un sueño.
Anteriormente a las excavaciones del siglo XIX, los conocimientos sobre el gran Imperio asirio y su magnífica capital eran casi nulos. Vagos indicios llevan a pensar en su poder y grandiosidad, pero definitivamente se sabe muy poco sobre Nínive. Otras grandes ciudades abandonadas, como Palmira, Persépolis o Tebas, dejaron tras de sí ruinas que marcaban sus emplazamientos y mostraban su antiguo esplendor, pero de la imperial Nínive, incluso su extensión era una mera conjetura.
En la época del historiador griego Heródoto (400 a. C.), Nínive ya era parte del pasado. Cuando el historiador Jenofonte pasó por el lugar, en su obra Anábasis se ve que incluso el nombre de la ciudad había sido olvidado. Había desaparecido de la vista y nadie sabía de su importancia. Nunca más se levantó de sus ruinas.
El legado artístico
Hemos incidido mucho en las conquistas y batallas militares del imperio asirio. En su crueldad y administración política. No obstante, no todo fueron peleas y escaramuzas entre etnias y naciones arcaicas. También hubo un resplandor artístico del que todavía hoy en día se descubren restos de valor incalculable.
En cuanto a la arquitectura, los asirios asimilaron parte del arte Caldeo, mejorando y engrandeciendo los palacios y templos que construían para demostrar así su poderío y grandeza. Un detalle diferencial eran las placas identificativas que adornaban las fachadas de los edificios: ladrillo cocido y vidrio era el material usado para dar belleza a los monumentos. Historiadores del arte coinciden en que los templos asirios son los más espectaculares de mesopotamia, destacando el de Sargón II del siglo VIII a.C.
Los asirios eran brillantes en los relieves descriptivos, tallados con especial mimo y finura. Básicamente, representaban las batallas ganadas, los heroicos personajes que las llevaban a cabo y a los gobernantes que sometían al pueblo. Firmeza, poderío y jerarquía era la temática presente en toda representación asiria. En las pinturas no hay variación en lo narrativo, pero los colores más usados eran el azul, el amarillo y el rojo. Colores vibrantes que relataban la cotidianeidad de la cultura asiria. Los restos que quedan conservados hoy en día son testigos de la grandeza de esta civilización.