El reinado de Ataulfo sería una continuación del de su cuñado y pariente. Alarico I desgraciadamente había dejado a su pueblo sin resolver ninguno de los problemas fundamentales: la integración en el seno del Imperio o la constitución de un reino godo en su interior, en definitiva la adquisición de una patria que asegurase al pueblo godo su subsistencia con un cierto nivel de vida y dignidad. Alarico I dejaba a Ataulfo ese dilema para resolver el problema fundamental. Lo que Ataulfo no volvió a repetir fue el error de Alarico I de presionar al gobierno imperial de Honorio directamente en su corazón, en Italia; lo que se había mostrado siempre frustrante y a la larga siempre contraproducente para los auténticos intereses godos.
La usurpación imperial de Jovino en las Galias en 411 puso a Ataulfo en disposición de ofrecer a este y al gobierno legítimo de Honorio sus servicios militares. Al principio Ataulfo se puso al lado de Jovino, entre otras cosas porque Honorio había depositado su confianza en el godo Saro, un miembro del linaje greutungo de los Rosomones con los que los Amalos del heroico rey Ermanerico († 375) mantenían una vieja y sangrienta venganza de sangre faida, que también alcanzó ahora al Baltos Ataulfo.
Precisamente la traición de Saro a Honorio en 412, también por una vendetta, y su paso al bando de Jovino ofreció a Ataulfo la oportunidad de vengarse de Saro y servir al bando que parecía más fuerte. En efecto, ese mismo año Ataulfo impedía ya en las Galias, la unión de Saro con las fuerzas de Jovino, haciéndole prisionero y decapitándole de inmediato. Y unos meses después, ya en 413, Ataulfo pactaba con Honorio una alianza en virtud de la cual el godo prestaría su servicio militar a cambio de raciones de rancho para quince mil soldados godos.
Además, Ataulfo se esforzó en persuadir al emperador Honorio que lo admita como aliado, contando con que Gala Placidia, hija de Teodosio el Grande y hermana de aquél, había sido hecha cautiva cuando los godos asolaron Roma en 410, cuando solo contaba 16 años. Ataulfo condicionó la libertad de la bella princesa romana a la firma de un tratado de paz.
Tras derrotar a Jovino, Ataulfo se encontró de nuevo cerrada su promoción en el Imperio por la oposición del emergente Constancio III († 421). Por ello, como en otro tiempo Alarico I, Ataulfo hizo un nuevo y último esfuerzo de sustituir a Honorio por un emperador dócil a sus designios, como era el antiguo usurpador Prisco Atalo, que había acompañado al ejército godo desde el fracaso de su primera asunción de la púrpura imperial en 410.
Es más, en enero del 414 en Narbona, Ataulfo contrajo matrimonio con la princesa Gala Placidia († 450).
«los regalos hechos a la desposada eran 100 joyeros repletos de piedras preciosas y piezas de oro que fueron presentadas por 50 jóvenes envueltas en espléndidas túnicas de seda»